Viaje hacia Portishead

Marco Patiño
3 min readAug 26, 2024

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Ilustración: Marco Patiño

Hace casi cien años, en 1927, el barco Majestic sufrió un retraso para llegar a puerto. Una extraordinaria e inusual nevada detuvo su camino y el de 17,661 cartas que abarrotaban una de sus bodegas. Nunca antes se habían transportado tantos envíos foráneos; era un nuevo récord. En el barco viajaba también Lev Sergeyevich Termen, inventor de uno de los instrumentos musicales más peculiares de la historia, el theremín.

Hace 30 años, en 1994, por fin logramos llegar al centro de Orlando, Florida. Bajamos de un camión de pasajeros completamente cubierto con la publicidad de la muñeca Barbie, quien era la atracción del verano en el parque de diversiones donde trabajábamos. Recorrimos las calles en busca de la tienda de discos que habíamos localizado en las páginas amarillas del teléfono. Llegamos a Washington Street y ahí estaba: Bad Mood Records.

La particularidad del theremín radica en que puede generar variaciones de frecuencia. Gracias a la relativa proximidad del cuerpo humano a un circuito oscilatorio, puede producir sonidos. De este modo, quien haga sonar el aparato puede variar el sonido producido con un brazo y controlar el pitch con el otro.

Abrimos la gran puerta de vidrio de Bad Mood Records y de inmediato nos trasladamos a otro universo. No exagero. La música que el encargado de la tienda había decidido poner para ambientar la tarde producía sensaciones excepcionales. Sonaba algo realmente único mientras recorríamos los estantes con los discos de la tienda malhumorada.

Cuando el theremín fue presentado al público, uno de los comentarios que recibió fue que producía “un extraño y penetrante sonido de una calidad nunca antes escuchada por oídos humanos”. Su inusual calidad sonora, aunada a su misteriosa y mágica naturaleza, sigue resultando cautivadora incluso cien años después de su invención.

No recuerdo nada sobre los discos que compramos aquella tarde porque el sonido ambiental dominó la experiencia y se quedó latente para recibir lo que la música nos traería en los años por venir. — ¿Quién toca eso que suena? — le preguntamos al encargado de la tienda, quien, orgulloso por haber cumplido su cometido, nos mostró la portada azul del disco en cuestión. Pero nos advirtió que solo tenía el vinilo, y que la versión en Compact Disc, el formato más popular en 1994 para escuchar música, aún no les había llegado.

Mysterious es la canción con la que comienza Dummy, el álbum debut de Portishead, e incluye el sonido de un mini-Moog emulando al theremín. Al parecer, no pudieron lograr los tonos deseados en el instrumento original durante el proceso de grabación. Las canciones que le siguen nos arrojan hacia profundos ritmos hipnóticos, los clásicos sonidos del polvo de los discos de vinilo y sus scratches, grabaciones caseras de series de televisión, y otros artilugios sonoros cortesía de colaboración inicial entre Geoff Barrow y Beth Gibbons a la que se unió el guitarrista Adrian Utley. Pero encima de todo ello, la profunda voz de Gibbons, perversa e inocente en partes iguales, se transformó en nuestra eterna guía por rutas fantasmales, de amores sci-fi en blanco y negro. 30 años después, las cicatrices que esas canciones dejaron en nuestra alma lucen aún frescas. El misterio sigue latente.

Hoy se cumplen 30 años de Dummy de Portishead.

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