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Repentina, inolvidable euforia
Viernes 4 de octubre, 2002.
Benjamín Acosta me invitó al concierto que ofrecería Fito Paez en el Teatro Metropolitan. Él puso el boleto. Yo puse el coche.
Acepté la invitación pensando en que sería una sesión lo suficientemente rápida y tranquila como para regresar a Pachuca terminando el concierto y estar listo para ir a Santa Clara la mañana siguiente a trabajar. Ese sábado, además, sería el 5 de octubre, el día de mi cumpleaños. Tomé el CD de Euforia para escucharlo en la autopista rumbo a la Ciudad de México.
Llegamos al Teatro Metropolitan. Descubrí, primero, que Benjamín conocía sospechosamente a nuestras vecinas de asiento y que, además, eran ellas muy fans de Fito Paez. Marisol y Cascabelli* cantaron con la emoción propia de quien conoce cada una de las canciones que aparecieron esa noche.
Terminó el evento y el plan de regresar a Pachuca pronto comenzó a diluirse. Benjamín y sus amigas planearon súbitamente seguir con la clásica dinámica post concierto. Yo entonces sugerí ir a La Perla, en la calle de Cuba, en el Centro Histórico capitalino. Era un lugar fascinante y además (plan con maña) quedaba en al norte de la Ciudad de México.
– Un rato ahí y después tomamos camino – pensé.